El Imperio Español

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Se denomina Imperio Español al conjunto de territorios conquistados, heredados y reclamados por España o por las dinastías reinantes en España; aunque en algunos de ellos tales como las grandes praderas de América del Norte o la parte más austral de América del Sur, la presencia estable española fue muchas veces más teórica que real.

No existe una postura unánime entre los historiadores sobre los territorios concretos poseídos por España porque, en ocasiones, resulta difícil delimitar si determinado lugar era parte de España o formaba parte de las posesiones del rey de España. Especialmente en una época donde no estaba clara la diferencia entre las posesiones del rey y las del país donde residía, como tampoco lo estaba la hacienda o la herencia. Así, tradicionalmente se considera a los Países Bajos como parte del mismo (tesis que aquí se adopta); pero existen autores como Henry Kamen que proclaman que esos territorios nunca se integraron en el Imperio Español, sino en las posesiones personales de los Austrias.

El español fue el primer imperio global, porque por primera vez un imperio abarcaba posesiones en casi todos los continentes, continentes que, a diferencia del Imperio Carolingio o el Romano, no se comunicaban por tierra los unos con los otros.

Consideraciones generales

Durante los siglos XVI y XVII, España llegó a ser una superpotencia a escala mundial. Castilla, además de Portugal, estaba en la vanguardia de la exploración europea, y de la apertura de rutas de comercio a través de los océanos (en el Atlántico entre España y las Indias, y en el Pacífico entre Asia Oriental y México, vía Filipinas).

Los conquistadores descubrieron y dominaron vastos territorios pertenecientes a diferentes culturas en América y otros territorios de Asia, África y Oceanía. España, especialmente el reino de Castilla, se expandió, colonizando esos territorios y construyendo con ello el mayor imperio económico del mundo de entonces.

Entre la incorporación del Imperio Portugués en 1580 (perdido en 1640) y la pérdida de las colonias americanas en el siglo XIX, fue el imperio más grande por territorio, a pesar de haber sufrido bancarrotas y derrotas militares a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

España dominaba los océanos gracias a su experimentada Armada, sus soldados eran los mejor entrenados y su infantería la más temida. El Imperio Español tuvo su Edad de Oro en el siglo XVII.

Este vasto y disperso imperio estuvo en constante disputa con potencias rivales por causas territoriales, comerciales o religiosas. En el Mediterráneo con el Imperio Otomano; en Europa, con Francia, que tenía un poder semejante; en América, inicialmente con Portugal y más tarde con Inglaterra, y una vez que los holandeses lograron su independencia, se convirtieron también en contendientes.

La piratería promovida por holandeses, ingleses y franceses, la conquista de territorios y las luchas constantes con sus enemigos, a menudo simultáneamente durante largos períodos, y muchas veces basadas en la religión, contribuyeron al lento declive del poder español.

Este declive culminó, en lo que respecta al dominio sobre territorios europeos, con la Paz de Utrecht (1713): España renunciaba a sus territorios en Italia y en los Países Bajos, perdía la mayoría de su poder, y se convertía en una nación de segundo orden en la política europea. Sin embargo, España mantuvo su extenso imperio de ultramar hasta que sucesivas revoluciones le arrebataron sus posesiones en el continente americano un siglo después. No obstante, los españoles mantuvieron importantes fragmentos de su imperio en América (Cuba y Puerto Rico), Asia (Filipinas) y Oceanía (Guam, Micronesia, Palau, Marianas del Norte) hasta la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, y en África (Guinea Ecuatorial, Norte de Marruecos y Sahara Occidental) hasta 1975.

Los inicios del Imperio

Artículo principal: Reyes Católicos

Los reyes castellanos toleraban el reino taifa de Granada, por la recaudación de tributos en oro que éste les proporcionaba, y porque esto aseguraba que el oro del río Níger entraba en Europa. Castilla también intervino en el Atlántico, compitiendo con Portugal, cuando Enrique III de Castilla comenzó la colonización de las Islas Canarias en 1402 al enviar al explorador francés Jean de Béthencourt.

El matrimonio de los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) unió los dos reinos, aunque cada uno mantuvo su propia administración bajo la misma corona. Según Henry Kamen, España fue creada por el Imperio, y no el Imperio por España. El imperio castellano era el resultado de una rápida expansión colonial en el Nuevo Mundo, así como en Filipinas y en las colonias africanas: Melilla fue tomada en 1497 y Orán en 1509.

Los Reyes Católicos apoyaron a la Casa de Nápoles aragonesa contra Carlos VIII de Francia, y tras su extinción, reclamaron al reintegración de Nápoles a la Corona. Como gobernante de Aragón, Fernando II se había involucrado en la disputa con Francia y Venecia por el control de la Península Itálica; estos conflictos se convirtieron en el eje central de su política exterior. En estas batallas, Gonzalo Fernández de Córdoba (El Gran Capitán) fundaría el Tercio.

En 1492, España conquistó el reino nazarí, el último musulmán en la península. Tras esta victoria, apoyaron a Cristóbal Colón que quería alcanzar Cipango (las Indias, el Oriente) navegando hacia el Oeste. En lugar de esto, Colón, sin saberlo, “descubrió” América, iniciando la colonización española del continente.

Después de la muerte de la Reina Isabel, Fernando, como único monarca adoptó una política más agresiva que la que tuvo como marido de Isabel, expandiendo el área de influencia española en Italia y contra Francia. La primera prueba de Fernando de la fuerza española vino en la Guerra de la Liga Católica contra Venecia, donde los soldados españoles se distinguieron junto a sus aliados franceses en la Batalla de Agnadello (1509). Sólo un año más tarde, Fernando se convertía en parte de la Liga Católica contra Francia, viendo una oportunidad de tomar Milán –por el cual mantenía una disputa dinástica- y Navarra. Esta guerra no fue un éxito como la anterior contra Venecia, y en 1516, Francia aceptó una tregua que dejaba Milán bajo su control y cedía a España la Alta Navarra.

Además de la toma de La Española, que se culminó a principios del siglo XVI, los colonos empezaron a buscar nuevos asentamientos. La convicción de que había grandes territorios por colonizar en las nuevas tierras descubiertas, produjo el afán por buscar nuevas conquistas. Desde allí, Ponce de León conquistó Puerto Rico y Diego Velázquez, Cuba. El primer enclave en el continente fue Darién, en Panamá, conquistado por Vasco Núñez de Balboa en 1512. Este Imperio Castellano se convirtió en la fuente de la riqueza española y de su poder en Europa, pero también contribuyó a elevar la inflación, lo que perjudicó a la industria peninsular. En lugar de afianzar la economía española, la riqueza del imperio hizo que España comenzase a depender de las materias primas y manufacturas de países más pobres, con mano de obra más barata, lo cual facilitó la revolución económica y social en Francia, Inglaterra y otras partes de Europa. Los problemas causados por la inflación fueron discutidos por la Escuela de Salamanca, lo cual creó un nuevo modo de entender la economía que los demás países europeos tardaron mucho en comprender.

El Siglo de Oro (1521-1643)

Artículo principal: Siglo de Oro

El periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII es conocido como el Siglo de Oro por el florecimiento de las artes y las ciencias que se produjo.

Durante el siglo XVI España llegó a tener una auténtica fortuna de oro y plata extraídos de “Las Indias”. Se decía durante el reinado de Felipe II que “el Sol no se ponía en el Imperio”. Este imperio, imposible de manejar, no fue controlado desde Madrid, sino desde Sevilla. La dinastía Habsburgo derrochó las riquezas americanas y castellanas en guerras a través de Europa para sus propios intereses, teniendo que dejar sus deudas sin pagar frecuentemente, y dejando a España en bancarrota. Sus objetivos políticos eran varios:

Como consecuencia del matrimonio político de los Reyes Católicos y de los casamientos estratégicos de sus hijos, su nieto, Carlos I heredó la Corona de Castilla en la península Ibérica y el Imperio Castellano en América (herencia de su abuela Isabel); las posesiones de la Corona de Aragón en el Mediterráneo italiano y ibérico (de su abuelo Fernando); las tierras de los Habsburgo en Austria, Bohemia, Silesia, Hungría y otros territorios centroeuropeos junto a la corona del Sacro Imperio Romano Germánico y el título de Emperador (de su abuelo Maximiliano de Austria); los Países Bajos y el Franco Condado (de su abuela María de Borgoña). Este imperio estaba compuesto por territorios heredados y no conquistados.

Carlos I decidió apoyar la mayor parte de las cargas de su imperio en el reino de Castilla, lo cual no gustó a los castellanos que no deseaban contribuir con oro, plata o caballos a guerras europeas que sentían ajenas y comenzaron una sublevación que aún se celebra cada año. Tras derrotar a los sublevados en la Guerra de las Comunidades de Castilla, Carlos I era el hombre más poderoso de Europa, con un imperio europeo que sólo sería comparable en tamaño al de Napoleón. El Emperador intentó sofocar la Reforma Protestante en la Dieta de Worms, pero Lutero renunció a retractarse de su herejía. No obstante, Carlos I ordenó saquear la Santa Sede, después de que el Papa Clemente VII se uniera a la Liga de Cognac contra él, en lo que se llamó el Sacco di Roma.

Pese a que Carlos I era flamenco y su lengua madre era el francés vivió un proceso de españolización o más concretamente de castellanización. Así cuando se entrevistó con el Papa le habló en español y más tarde, cuando recibió al embajador de Francia, el diplomático se sorprendió de que no usara su lengua natal, a lo que el emperador contesto "No importa que no me entendáis. Que yo estoy hablando en mi lengua española, que esta bella y noble que debería ser conocida por toda la cristiandad". Esta frase ha calado bastante en los españoles y, siglos después, aún se utiliza el dicho "que hable en cristiano" cuando un español quiere que se le traduzca lo dicho.

Después de Colón, la colonización del Nuevo Mundo fue encabezada por una serie de guerreros-exploradores conocidos como los Conquistadores. Las tribus nativas estaban casi siempre en guerra unas con otras y muchas de ellas se mostraron dispuestas a formar alianzas con los españoles para derrotar a enemigos más poderosos como los Aztecas o los Incas. Este hecho fue facilitado por la propagación de enfermedades comunes en Europa (p.e.: viruela), pero desconocidas en el Nuevo Mundo, lo que diezmó la población nativa americana.

El conquistador más exitoso fue Hernán Cortés, quien entre 1519 y 1521, con alrededor de 200.000 aliados amerindios, arrasó el poderoso Imperio Azteca, entrando en México, que sería la base del virreinato de Nueva España. De una importancia comparable fue la conquista del Imperio Inca por parte de Francisco Pizarro, el cual se convertiría en el Virreinato del Perú. Tras la conquista de México, las leyendas sobre ciudades “doradas” (Cibola en Norteamérica, El Dorado en Sudamérica) originaron numerosas expediciones, pero muchas de ellas regresaron sin encontrar nada, y las que encontraron algo era mucho menos valioso de lo esperado.

En 1521, Francisco I de Francia, al sentirse rodeado por los territorios de los Habsburgo, invadió las posesiones españolas en Italia e inició una nueva era de hostilidades entre Francia y España. La guerra fue un desastre para Francia, que sufrió importantes derrotas en Biccoca (1522), Pavía (1525) –en la que Francisco I fue capturado- y Landriano (1529) antes de que Francisco I claudicase y dejase Milán en manos españolas una vez más.

De la batalla de Pavía a la Paz de Augsburgo (1525-1555)

La victoria de Carlos I en la Batalla de Pavía, 1525, sorprendió a muchos italianos y alemanes, demostrando su empeño de conseguir el máximo poder posible. El Papa Clemente VII cambió de bando y unió sus fuerzas con Francia y los emergentes estados italianos contra el Emperador, en la Guerra de la Liga de Cognac. La Paz de Barcelona, firmada entre Carlos I y el Papa en 1529, estableció una relación más cordial entre los dos líderes y de hecho nombraba a España como defensora de la causa católica y reconocía a Carlos como Rey de Lombardía en recompensa por la intervención española en la rebelde República de Florencia.

Fernando de Magallanes (sustituido tras morir en la expedición por Juan Sebastián Elcano) comandó la primera expedición en completar la circunnavegación del globo en 1522.

En 1528, el gran almirante Andrea Doria se alió con el Emperador para desalojar a Francia y restaurar la independencia genovesa. Esto abrió una nueva perspectiva: en este año se produce el primer préstamo de los bancos genoveses a Carlos I.

España siguió expandiendo sus asentamientos en el Nuevo Mundo: Nueva Granada (la actual Colombia) fue colonizada durante la década de 1530 y Buenos Aires se fundó en 1536 por primera vez. En 1541 Pedro de Valdivia instauró al Capitanía General de Chile.

España se dio relativa prisa en hacer leyes para proteger a los nativos de sus colonias americanas, la primera de ellas se tramitó en 1542; sin embargo, muy pocas veces la teoría fue llevada a la práctica, una pauta que siguieron otras naciones europeas.

En 1543, Francisco I de Francia, anuncia su alianza sin precedentes con el sultán otomano Solimán el Magnífico, para ocupar la ciudad de Niza, bajo control español, en coalición con las fuerzas turcas. Enrique VIII de Inglaterra, quien guardaba más rencor contra Francia que contra el Emperador, a pesar de oponerse a su divorcio, se unió a este último en su invasión de Francia. Aunque España sufrió sonoras derrotas como la de Saboya, Enrique VIII consiguió que Francia aceptara sus condiciones. Los austriacos, liderados por el hermano pequeño del Emperador Carlos, continuaron luchando contra el Imperio Otomano por el Este. Carlos I se preocupó de solucionar un viejo problema: la Liga de Esmalcalda.

La Liga tenía como aliados a los franceses, y los esfuerzos por socavar su influencia en Alemania fueron rechazados. La derrota francesa en 1544 rompió su alianza con los protestantes, y Carlos I se aprovechó de esta oportunidad. Primero intentó el camino de la negociación en el Concilio de Trento en 1545, pero los líderes protestantes, sintiéndose traicionados por la postura de los católicos en el Concilio, fueron a la guerra liderados por Mauricio de Sajonia. En respuesta, Carlos I invadió Alemania a la cabeza de un ejército hispano-holandés, confiando en restaurar la autoridad imperial. El emperador en persona inflingió una decisiva derrota a los protestantes en la histórica Batalla de Mühlberg en 1547. En 1555, firmó la Paz de Augsburgo con los estados protestantes restaurando la estabilidad en Alemania bajo el principio de cuius regio, eius religio (~quien tiene la región impone la religión), una posición impopular entre el clero italiano y español. El compromiso de Carlos en Alemania otorgó a España el papel de protector de la causa católica de los Habsburgo en el Sacro Imperio Romano.

Carlos I prefirió eliminar a los otomanos a través de la estrategia marítima, atacando sus asentamientos en los territorios venecianos del Este del Mediterráneo. Sólo como repuesta a los ataques en la costa de Levante española se involucró personalmente el Emperador en ofensivas en el continente africano con expediciones sobre Argel y Túnez.

De San Quintín a Lepanto (1556-1571)

El Emperador Carlos repartió sus posesiones entre su único hijo legítimo, Felipe II, y su hermano Fernando (al que dejó el Imperio de los Habsburgo). Para Felipe II, Castilla fue la base de su imperio, pero la población de Castilla –mucho menor que la de Francia - nunca fue lo suficientemente grande para proporcionar los soldados necesarios para sostener el Imperio. Tras el matrimonio del Rey con María Tudor, Inglaterra y España fueron aliados.

España no consiguió tener paz al llegar al trono el agresivo Enrique II de Francia en 1547, que inmediatamente reanudó los conflictos con España. Felipe II prosiguió la guerra contra Francia, aplastando al ejército francés en la Batalla de San Quintín, en Picardía, en 1558 y derrotando a Enrique de nuevo en la Batalla de Gravelines. La Paz de Cateau-Cambrésis, firmada en 1559, reconoció definitivamente las reclamaciones españolas en Italia. En las celebraciones que siguieron al Tratado, Enrique II murió a causa de una herida producida por un trozo de madera de una lanza. Francia fue golpeada durante los siguientes años por una guerra civil que ahondó en las diferencias entre católicos y protestantes dando a España ocasión de intervenir en favor de los católicos (véase Guerras de religión de Francia) y que le impidió competir con España y la Casa de Habsburgo en los juegos de poder europeos. Liberados de la oposición francesa, España vio el apogeo de su poder y de su extensión territorial en el periodo entre 1559 y 1643.

La bancarrota de 1557 supuso la inauguración del consorcio de los bancos genoveses, lo que llevó al caos a los banqueros alemanes y acabó con la preponderancia de los Fugger como financiadores del Estado español. Los banqueros genoveses suministraron a los Habsburgo crédito fluido e ingresos regulares.

Florida fue colonizada en 1556 por Pedro Menéndez de Avilés al fundar San Agustín, y al derrotar rápidamente un intento ilegal del capitán francés Jean Ribault y 150 hombres de establecer una puesto de aprovisionamiento en el territorio español. San Agustín se convirtió rápidamente en una base estratégica de defensa para los barcos españoles llenos de oro y plata que regresaban desde los dominios de las Indias.

El 27 de abril de 1565, se estableció el primer asentamiento en Filipinas por parte de Miguel López de Legaspi y se puso en marcha la ruta de los Galeones de Manila (Nao de la China). Manila se fundó en 1572.

Después del triunfo de España sobre Francia y el comienzo de las Guerras de religión francesas, la ambición de Felipe II aumentó. En 1565, los españoles conquistaron un enclave otomano en la estratégica isla de Malta, defendida por la Orden de Malta. La muerte de Solimán el Magnífico y su sucesión por parte del menos capacitado Selim II, envalentonó a Felipe II y éste declaró la guerra al mismo Sultán. En 1571, la Santa Liga, formada por Felipe II, Venecia y el Papa Pío V, se enfrentó al Imperio Otomano, liderados por Don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I, aniquilando a la flota turca en la decisiva Batalla de Lepanto. La derrota acabó con la amenaza turca en el Mediterráneo e inició un periodo de debacle para el Imperio Otomano. Esta batalla aumentó el respeto hacia España y su soberanía fuera de sus fronteras y el Rey asumió la carga de comandar la Contrarreforma.

El Reino en problemas (1571-1598)

El tiempo de alegría en Madrid duró poco. En 1566, los calvinistas iniciaron una serie de disturbios en los Países Bajos que provocaron la llegada del Duque de Alba a la zona. En 1568, Guillermo I de Orange-Nassau lideró un intento fallido de echar al Duque de Alba del país. Estas batallas son consideradas como el inicio de la Guerra de los Ochenta Años, que concluyó con la independencia de las Provincias Unidas. Los españoles, que recibían grandes riquezas de los Países Bajos y particularmente del valioso puerto de Amberes (Antwerp en neerlandés), se vieron obligados a restaurar el orden y mantener su dominio sobre estos territorios. En 1572, un grupo de navíos holandeses rebeldes conocidos como los watergeuzen, tomaron varias ciudades costeras, proclamaron su apoyo a Guillermo I y renunciaron al gobierno español.

Para España la guerra se convirtió en un asunto sin fin. En 1574, los Tercios de Flandes, bajo mando de Luis de Requesens, fueron vencidos en el Asedio de Leiden después de que los holandeses rompieran los diques, causando inundaciones masivas. En 1576, abrumado por los costes del mantenimiento de un ejército de 80.000 hombres en los Países Bajos, de una inmensa flota que venció en Lepanto, unidos a la creciente amenaza de la piratería en el Atlántico y especialmente los naufragios reducían las llegadas de dinero de las colonias americanas, Felipe II se vio obligado a declarar la bancarrota. El ejército se amotinó no mucho después, apoderándose de Amberes y saqueando el Sur de los Países Bajos, haciendo que varias ciudades, que hasta entonces se habían mantenido pacíficas, se unieran a la rebelión. Los españoles eligieron la vía de la negociación y consiguieron pacificar la mayor parte de las provincias del Sur con la Unión de Arras en 1579.

Este acuerdo requería que todas las tropas españolas abandonasen aquellas tierras, lo que fortaleció la posición de Felipe II cuando en 1580 murió sin descendentes directos el último miembro de la familia real de Portugal, el Cardenal Enrique I de Portugal. El Rey de España, hijo de Isabel de Portugal y por tanto nieto del rey Manuel I hizo valer su reclamación al trono portugués, y en junio envió al Duque de Alba y su ejército a Lisboa para asegurarse la sucesión. El otro pretendiente, Don Antonio, se replegó a las Azores, donde la armada de Felipe terminó de derrotarle.

La unificación temporal de la Península Ibérica puso en manos de Felipe II el imperio portugués, es decir, la mayor parte de los territorios explorados del Nuevo Mundo además de las colonias comerciales en Asia y África. En 1582, cuando el Rey devolvió la corte a Madrid desde Lisboa, donde estaba asentada temporalmente para pacificar su nuevo reino, se produjo la decisión de fortalecer el poderío naval español.

Portugal requirió una gran fuerza de ocupación para mantener su control y España estaba todavía renqueante de la bancarrota de 1576. En 1584, Guillermo I De Orange-Nassau fue asesinado por un católico trastornado, la muerte del líder popular de la resistencia se esperaba que significara el fin de la guerra. Pero no fue así. En 1586, la Reina Isabel I de Inglaterra envió apoyo a las causas protestantes en los Países Bajos y Francia, y Sir Francis Drake lanzó ataques contra los barcos mercantes españoles en el Caribe y el Pacífico además de un ataque especialmente agresivo contra el puerto de Cádiz.

En 1588, confiando en acabar con los entrometimientos de Isabel I, Felipe II envió a la Armada Invencible a atacar a Inglaterra. Una serie de fuertes tormentas y el hecho de que los ingleses habían sido informados por sus espías en los Países Bajos y estaban preparados para el ataque provocaron la derrota de la Armada española. No obstante, la derrota del masivo ataque inglés contra España dirigido por Drake y Norris en 1589, marcó un punto de inflexión en la Guerra Anglo-española a favor de España. A pesar de la derrota de la fuerza invasora la flota española siguió siendo la más fuerte de Europa durante años, hasta que en 1639, fue derrotada por los holandeses en la derrota naval de las Dunas, cuando una visiblemente exhausta España empezaba a debilitarse.

España se involucró en las guerras de religión francesas tras la muerte de Enrique II. En 1589, Enrique III de Francia, el último del linaje de los Valois, murió a las puertas de París. Su sucesor, Enrique IV de Francia y III de Navarra, el primer Borbón rey de Francia, fue un hombre muy habilidoso, consiguiendo victorias clave contra la Liga Católica en Argues (1589) y en Ivry (1590). Comprometidos con impedir que Enrique IV tomara posesión del trono francés, los españoles dividieron su ejército en los Países Bajos e invadieron Francia en 1590.

"Dios es español” (1598-1626)

Pese a que actualmente sabemos que la economía española estaba minada y que su poderío se debilitaba, el Imperio seguía siendo con mucho el poder más fuerte. Tanto es así que podía librar enfrentamientos con Inglaterra, Francia y los Países Bajos al mismo tiempo. Este poderío lo confirmaban el resto de pueblos europeos; así el hugonote francés Duplessis-Mornay, por ejemplo, escribió tras el asesinato de Guillermo de Orange a manos de Balthasar Gérard: "La ambición de los españoles, que les ha hecho acumular tantas tierras y mares, les hace pensar que nada les es inaccesible".

Se ha mostrado en varias obras literarias y especialmente en películas el agobio causado por la continua piratería contra sus barcos en el Atlántico y la consecuente disminución de los ingresos del oro de las Indias. Sin embargo, investigaciones más profundas indican que esta piratería realmente consistía en varias decenas de barcos y varios cientos de piratas, siendo los primero de escaso tonelaje, por lo que no podían enfrentarse con los galeones españoles, teniéndose que conformar con pequeños barcos o los que pudieran apartarse de la flota. En segundo lugar está el dato según el cual, durante el siglo XVI, ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno; además de unas 400 flotas fletadas por España (dos por año durante unos 200 años) sólo dos cayeron en manos de los piratas. Cosa muy diferente era la piratería mediterránea, perpetrada por berberiscos, que tenía un volumen diez o más veces superior a la atlántica. Los expertos mantienen que fueron las fuertes tormentas quienes bloquearon en más de una ocasión todo el comercio entre América y Europa.

Pese a todos los ingresos provenientes de América, España se vio forzada a declararse en bancarrota en 1596. Los españoles intentaron librarse de los numerosos conflictos en lo que estaban involucrados, primero firmando la Paz de Vervins con Francia en 1598, reconociendo a Enrique IV (católico desde 1593) como Rey de Francia, y reestableciendo muchas de las condiciones de la Paz de Cateau-Cambrésis. Con varias derrotas consecutivas y una guerra de guerrillas inacabable contra los católicos apoyados por España en Irlanda, Inglaterra aceptó negociar en 1604, tras la ascensión al trono del Estuardo Jacobo I.

La paz con Francia e Inglaterra implicó que España pudo centrar su atención y energías para restituir su dominio en las provincias holandesas. Los holandeses, liderados por Mauricio de Nassau, el hijo de Guillermo I, salieron exitosos de la toma de algunas ciudades fronterizas en 1590, incluyendo la fortaleza de Breda. Después de la paz con Inglaterra, el nuevo general al amando de las fuerzas español Ambrosio Spinola luchó duramente contra los holandeses. Spinola era un estratega de una capacidad similar a la de Mauricio, y únicamente la nueva bancarrota de 1607 evitó que conquistara los Países Bajos. Atormentados por unas finanzas ruinosas, en 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años entre España y las Provincias Unidas. La Pax Hispannica era un hecho.

España tuvo una notable recuperación durante la tregua, ordenando su economía y esforzándose por recuperar su prestigio y estabilidad antes de participar en la última guerra en que actuaría como potencia principal. El sucesor de Felipe II, Felipe III, era un hombre de inteligencia limitada y desinteresado por la política, prefiriendo dejar a otros tomar decisiones. Su valido fue el Duque de Lerma, quien nunca tuvo interés por los asuntos de su país aliado, Austria.

En 1618 el Rey lo reemplazó por Don Baltasar de Zúñiga, veterano embajador en Viena. Éste pensaba que la clave para frenar a una Francia que resurgía y eliminar a los holandeses era una estrecha alianza con los Habsburgo austriacos. Ese mismo año comenzando con la Defenestración de Praga, Austria y el Emperador Fernando II se embarcaron en una campaña contra Bohemia y la Unión Protestante. Zúñiga animó a Felipe III a que se uniera a los Habsburgo austriacos en la guerra, y Ambrosio Spínola, la figura emergente del ejército español, fue enviado en cabeza del Tercio de Flandes a intervenir. De esta manera, España entró en la Guerra de los Treinta Años.

En 1621 el inofensivo e inefectivo Felipe III murió y fue sustituido por su hijo, Felipe IV. Al año siguiente, Zúñiga fue suplido por Gaspar de Guzmán, más conocido por su título de Conde-Duque de Olivares, un hombre honesto y capaz que creía que el centro de todas las desgracias de España eran las Provincias Unidas. Ese mismo año se reanudó la guerra con los Países Bajos. Los bohemios fueron derrotados en la Batalla de la Montaña Blanca en 1621, y más tarde en Stadtlohn en 1623.

Mientras, en los Países Bajos, Spínola toma la fortaleza de Breda en 1625. La intervención de Cristián IV de Dinamarca en la guerra inquietó a muchos – Cristian IV era uno de los pocos monarcas europeos que no tenía problemas económicos- pero la victoria del general imperial Albrecht von Wallenstein sobre los daneses en Dessau Bridge y de nuevo en Lutter, ambas en 1626, eliminó tal amenaza. Había esperanza en Madrid acerca de que los Países Bajos pudiesen ser reincorporados al Imperio, y tras la derrota de los daneses, los protestantes en Alemania parecían estar acabados. Francia estaba otra vez envuelta en sus propias inestabilidades (el Asedio de La Rochelle comenzó en 1627) y la superioridad de España parecía irrefutable. El Conde-Duque de Olivares afirmó “Dios es español y está de parte de la nación estos días” y muchos de los rivales de España parecían estar infelizmente de acuerdo.

El camino a Rocroi (1626-1643)

Olivares era un hombre avanzado para su tiempo y se dio cuenta de que España necesitaba una reforma que a su vez necesitaba de la paz. La destrucción de las Provincias Unidas se añadió a sus necesidades, ya que detrás de cualquier ataque a los Habsburgo había dinero holandés. Spínola y el ejército español se concentraron en los Países Bajos cuya la guerra parecía marchar a favor de España.

1627 acarreó el derrumbamiento de la economía castellana. Los españoles habían devaluado su moneda para pagar la guerra y la inflación explotó en España como antes lo había hecho en Austria. Hasta 1631 en algunas partes de Castilla se comerciaba con el trueque debido a la crisis monetaria, y el gobierno era incapaz de recaudar impuestos del campesinado de las colonias. Los ejércitos españoles en Alemania optaron por pagarse a sí mismos. Olivares fue culpado por una vergonzosa e infructuosa guerra en Italia. Los holandeses habían convertido su flota en una prioridad durante la Tregua de los Veinte Años y desmantelaron el comercio marítimo español, del cual España era totalmente dependiente tras la crisis económica. Los españoles simplemente no podían hacer frente a las amenazas navales.

La Guerra de los Treinta Años también se agravó cuando, en 1630, Gustavo II Adolfo de Suecia desembarcó en Alemania para socorrer al puerto de Stralsund, último baluarte continental de los alemanes beligerantes con el Emperador. Gustavo II Adolfo marchó hacia el Sur y obtuvo notables victorias en Breitenfeld y Lützen, atrayendo numerosos apoyos para los protestantes allá donde iba. La situación para los católicos mejoró con la muerte de Gustavo II Adolfo en Lützen en 1632 y la victoria en la Batalla de Nordlingen en 1634. Desde una posición de fuerza, el Emperador intentó pactar la paz con los estados hastiados de la guerra en 1635. Muchos aceptaron, incluidos los dos más poderosos: Brandenburgo y Sajonia.

El Cardenal Richelieu había sido un gran aliado de los holandeses y los protestantes desde el comienzo de la guerra, enviando fondos y equipamiento para intentar fragmentar la fuerza de los Habsburgo en Europa. Richelieu decidió que la Paz de Praga recientemente firmada, era contraria a los intereses de Francia y declaró la guerra al Sacro Imperio Romano Germánico y España dentro del periodo establecido de paz. La fuerzas españolas, más experimentadas, obtuvieron éxitos iniciales: Olivares ordenó una campaña relámpago en el norte de Francia desde los Países Bajos españoles, confiando en acabar con el propósito del rey Luis XIII y derrocar a Richelieu.

En 1636, las fuerzas españolas avanzaron hacia el sur hasta llegar a Corbie, amenazando París y quedando muy cerca de terminar la guerra a su favor. Después de 1636, Olivares tuvo miedo de provocar otra bancarrota y el ejército español no avanzó más. En la derrota naval de las Dunas en 1639, la flota española fue diezmada por la armada holandesa, y los españoles se encontraron incapaces de abastecer a sus tropas en los Países Bajos. En 1643 el ejército de Flandes, que constituía lo mejor de la infantería española, se enfrentó a una invasión francesa en Rocroi liderada por Luis II de Borbón, Príncipe de Condé. Los españoles, liderados por Francisco de Melo, fueron arrasados. La mayoría de la infantería española cayó muerta o capturada ante la caballería francesa. La gran reputación de los Tercios de Flandes se acabó en Rocroi, y con ello, la grandeza de España (aunque Rocroi se recuperó después).

El Imperio de los últimos Habsburgo españoles (1643-1713)

Tradicionalmente, los historiadores señalan la Batalla de Rocroi como el fin del dominio español en Europa. Los catalanes, napolitanos y portugueses, apoyados por Francia, se alzaron en sendas rebeliones contra España en la década de 1640. Portugal, apoyado por Inglaterra, recuperó su independiencia. Cataluña necesitó de una campaña militar para ser reintegrada a los dominios de los Habsburgos, y hubo tentativas de insurrecciones similares en Andalucía y Aragón. Con los Países Bajos perdidos definitivamente tras la Batalla de Lens en 1648, los españoles firmaron la paz con los holandeses y reconocieron la independencia de las Provincias Unidas en la Paz de Westfalia, que acabó al mismo tiempo con la Guerra de los Ochenta Años y la Guerra de los Treinta Años.

La guerra con Francia continuó once años más. Aunque Francia sufría una guerra civil, la economía española estaba tan debilitada que eran incapaces de hacerles frente. Nápoles fue reconquistada en 1648 y Cataluña en 1652 además se obtuvo una victoria contra los franceses en la batalla de Valenciennes (1656, última de las victorias españolas), pero el fin efectivo de la guerra vino en la Batalla de las Dunas (o de Dunquerque) en 1658, en la que el ejército francés, bajo el mando del vizconde de Turenne derrotó a los restos de los Tercios de Flandes. España aceptó firmar la Paz de los Pirineos en 1659, en la que cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos. Además se pactó el matrimonio de una infanta española con Luis XIV.

Portugal se había rebelado en 1640 bajo el liderazgo de Juan de Braganza, pretendiente al trono. Éste había recibido un apoyo general de pueblo portugués, y los españoles –que tenían que luchar contra rebeliones en muchos de sus dominios además de la guerra con Francia- fueron incapaces de responder. Los españoles y los portugueses estuvieron en un estado de paz de facto entre 1641 y 1657. Cuando Juan IV murió, los españoles intentaron luchar por Portugal con su hijo Alfonso VI de Portugal, pero fueron derrotados en Ameixial (1663) y Monte Claros (1665), lo que llevó a España a reconocer la independencia portuguesa en 1668.

España tenía un inmenso imperio en ultramar (ahora reducido por al separación de Portugal y su imperio así como por ataques franceses e ingleses), pero Francia era ahora la primera potencia en Europa y las Provincias Unidas en el Atlántico.

A la muerte de Felipe IV, su hijo Carlos II tenía sólo cuatro años, por lo que su madre Mariana de Austria gobernó como regente. Ésta acabó por entregarle las tareas de gobierno a un valido, el padre Nithard, un jesuita austriaco. El reinado de Carlos II puede dividirse en dos partes. La primera abarcaría de 1665 a 1679 y está caracterizada por el letargo económico y las luchas de poder entre los validos del Rey, el padre Nithard y Fernando de Valenzuela, con el hijo ilegítimo de Felipe IV, Don Juan José de Austria. Éste último dio un golpe de Estado en 1677 que obligó al monarca a expulsar a Valenzuela del gobierno.

La segunda parte comenzaría en 1680 con la toma de poder del Duque de Medinaceli como valido. Se propuso una nueva política económica devaluando la moneda, lo que permitió acabar con las subidas de precios y ayudó a recuperar lentamente la economía. En 1685, llegó al poder el Conde de Oropesa que propuso un presupuesto fijo para los gastos de la Corte como medio para evitar nuevas bancarrotas.

Las últimas décadas del siglo XVII vieron una decadencia y estancamiento totales en España; mientras el resto de Europa se embarcaba en tremendos cambios en los gobiernos y las sociedades –la Revolución de 1688 en Inglaterra y el reinado del Rey Sol en Francia- España continuaba a la deriva. La burocracia que se había constituido alrededor de Carlos I y Felipe II demandaba un monarca fuerte y trabajador; la debilidad y dejadez de Felipe III y Felipe IV contribuyeron a la decadencia española. Carlos II era retrasado e impotente, murió sin un heredero en 1700. El Rey legó en su testamento la Corona a Felipe de Anjou, pero el Archiduque Carlos de Austria no se resignó, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión (1702-1713).

El Imperio de los Borbones: Reforma y recuperación (1713-1806)

En el Tratado de Utrecht (11 de abril de 1713), las potencias europeas decidían cuál iba a ser el futuro de España en cuanto al equilibrio de poder. El nuevo rey de la casa de Borbón, Felipe V, mantuvo el imperio de ultramar, pero cedió Sicilia y parte del Milanesado a Saboya; y Gibraltar y Menorca a Inglaterra y los otros territorios continentales (los Países Bajos españoles, Nápoles, Milán y Cerdeña a Austria). Además significó la separación definitiva de las coronas de Francia y España, y la renuncia de Felipe V a sus derechos sobre el trono francés. Con esto, el Imperio le daba la espalda a los territorios europeos. Asimismo, se garantizaba a Inglaterra el tráfico de esclavos durante treinta años (asiento de negros).

Con un monarca Borbón llegaron ideas mercantilistas francesas basadas en una monarquía centralizada, puesta en funcionamiento en América lentamente. Sus mayores preocupaciones fueron romper el poder de la aristocracia criolla y también debilitar el control territorial de la Compañía de Jesús: los jesuitas fueron expulsados de la América española en 1767. Además de los ya establecidos consulados de Ciudad de México y Lima, se estableció el de Vera Cruz.

Entre 1717 y 1718 las instituciones para el gobierno de las Indias, el Consejo de Indias y la Casa de la Contratación, se trasladaron de Sevilla a Cádiz, que se convirtió en el único puerto de comercio con las Américas. Las rutas de un solo barco en intervalos regulares fueron lentamente reemplazando la antigua costumbre de enviar a las flotas de Indias, y en la década de 1760, había rutas regulares entre Cádiz, La Habana y Puerto Rico, y en intervalos más largos con el Río de la Plata, donde se había creado un nuevo virreinato en 1776. El contrabando, que fue el cáncer del imperio de los Habsburgo, declinó cuando se pusieron en marcha los navíos de registro.

Dos hechos conmocionaron la América española y al mismo tiempo demostró la elasticidad y resistencia del nuevo sistema reformado: el alzamiento de Túpac Amaru en Perú en 1780 y la rebelión en Venezuela. Las dos en parte, eran reacciones al control más eficiente por parte española.

Como resultado, la España del XVIII era un estado vasallo de Francia y le quedaba poco de superpotencia. Su extenso imperio en las Indias le daba una notable relevancia, pero no podía comparase con los niveles de Austria o Rusia, ni mucho menos con Francia ni Inglaterra. España fracasó al intentar recuperar Gibraltar.

En cualquier caso, el siglo XVIII fue un periodo de prosperidad en el imperio de ultramar gracias al crecimiento constante del comercio, sobre todo en la segunda mitad del siglo debido a las reformas borbónicas. El desarrollo de buques rápidos fue interrumpido por una impetuosa flota británica durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763). La recuperación gradual de las guerras se vio de nuevo interrumpida por los ataques ingleses durante la participación española en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1779-1783). En la década de 1780 el comercio interior en el Imperio volvió a crecer y su flota se hizo mucho mayor y más rentable. El fin del monopolio de Cádiz para el comercio americano supuso el renacimiento de las manufacturas españolas. Lo más notable fue el rápido crecimiento de la industria textil en Cataluña que a finales de siglo mostraba signos de industrialización con una sorprendente y rápida adopción de máquinas mecánicas para hilar, convirtiéndose en la más importante industria textil alrededor del Mediterráneo. Esto supuso la aparición de una pequeña pero políticamente activa burguesía en Barcelona. La productividad agraria se mantuvo baja a pesar de los esfuerzos para introducir nueva maquinaria para una clase campesina muy explotada y sin tierras.

Estas reformas económicas e institucionales produjeron sus frutos militarmente hablando, cuando se derrotó a los ingleses durante la Guerra de la oreja de Jenkins en su intento de conquistar el punto estratégico de Cartagena de Indias. España pudo recuperar algunas de sus posesiones en manos inglesas.

La misión California se empezó a planear en 1769. La Convención de Nootka (1791) resolvió la disputa entre España y Gran Bretaña acerca de los asentamientos británicos en la costa pacífica. También en ese año el Rey de España ordenó a Alessandro Malaspina buscar el Paso del Noroeste.

El imperio español no había recuperado su antiguo esplendor, pero sí se había rehecho considerablemente de los días oscuros al principio de siglo, en los que estaba a merced de otras potencias. El ser un siglo principalmente pacífico bajo la nueva monarquía, permitió reconstruir y comenzar un largo proceso de modernización de las instituciones y la economía. El declive demográfico del XVII se había invertido. Ahora era una potencia de nivel medio con grandes pretensiones de poder que no podían ser ignoradas. Pero todo iba a quedar ensombrecido por el tumulto que iba a ocupar a Europa con el cambio de siglo: las Guerras Revolucionarias Francesas y las Guerras Napoleónicas.

El ocaso del Imperio global (1808-1898)

Tras la Revolución Francesa, España se puso del lado de los países aboslutistas que se colaigaron para combatir la revolución. El fracaso de las sucesivas coaliciones supuso la pérdida de Luisiana que se extendía hasta Canadá, y que los franceses, bajo el mando de Napoleón, obtuvieron como parte del tratado de paz de 1800 para después vendérselo a Estados Unidos en 1803.

Tras ello, y en medio de divisiones internas, España se alineó con el Primer Imperio Francés, colabronado en su enfrentamiento contra Inglaterra. La destrucción de la flota española –bajo mando francés- en la Batalla de Trafalgar (1805) minó la capacidad de España para defender y mantener su imperio. La posterior invasión de la Península Ibérica por las tropas napoleónicas en 1808 cortó la comunicación efectiva con ultramar.

En 1808 el rey español Carlos IV fue engañado y España fue tomada por Napoleón sin disparar ni una bala, pero la ocupación produjo un levantamiento popular y la aparición de la guerra de guerrillas. Cuando con la ayuda inglesa España logró expulsar a los franceses, y tras la Batalla de Waterloo Fernando VII recuperó el trono,tuvo que enfrentar la independencia de las colonias.

Las guerras de independencia americanas fueron desencadenándose tras el cautiverio del rey legitimo Fernando VII por Napoleón y la derrota temporal del gobierno de la Junta Central en España, por lo que los criollos en América formaron juntas para autogobernarse, a los que se opusieron y desencadenaron la guerra, primero las autoridades españolas en América, y luego el monarca tras la derrota de Napoleón. Los criollos (nativos de las colonias descendientes de españoles), inspirados por la revolución norteamericana, se propusieron conseguir la independencia y expandieron estos movimientos por todas las Américas. Aunque tras el fin de la guerra en Europa las tropas españolas lograron reinstaurar la autoridad real, solo unos años después se reprodujeron las revoluciones, esta vez con éxito. Así comenzaba un largo periodo de emancipaciones por parte de las naciones americanas:


La Guerra de la Independencia española fue seguida por una monarquía absoluta, una década ominosa, guerras civiles de sucesión, una breve república y finalmente una democracia liberal corrupta. En esta época destaca la labor de Leopoldo O'Donnell, artífice de la construcción del primer ferrocarril en España, la anexión de territorios marroquíes y la no reconocida de Saigón.

Las guerras y disputas entre progresistas, liberales y conservadores se hicieron frecuentes. Estos últimos se negaban a aceptar que el país tuviera un estatus bajo a escala internacional. La consecuencia fue una constante inestabilidad que retardó el desarrollo del país. Un breve periodo de mejora se produjo en la década de 1870 cuando Alfonso XII y sus ministros tuvieron cierto éxito en recobrar el vigor de la política y el prestigio españoles, en parte por haber aceptado la realidad de las circunstancias españolas y trabajar inteligentemente. En el XIX, España se convirtió en un destino exótico, barato y relativamente confortable para la aventura entre la pomposa élite social de Francia e Inglaterra.

No obstante, España mantuvo el control de importantes fragmentos de su imperio hasta el incremento del nivel de nacionalismo y de levantamientos anti-coloniales en varias zonas, que acabaron con la Guerra Hispano-Americana de 1898, cuando una débil España se enfrentó a unos Estados Unidos mucho más fuertes. El desencadenante de esta guerra que fue esgrimido por Estados Unidos fue el hundimiento del acorazado Maine, del que inicialmente se culpó a España y que las últimas investigaciones han demostrado que fue un accidente. Esta guerra acabó con una humillante derrota española y la independencia de Cuba. En Filipinas, los independentistas también contaron con el apoyo estadounidense. España se vio forzada a pedir un armisticio, y se firmó el Tratado de París, por el cual se renunciaba definitivamente a Cuba y se cedían a EE.UU.: Filipinas, Puerto Rico y Guam. Esta serie de fracasos son conocidos como el Desastre del 98.

Los últimos territorios, África (1898-1975)

Artículo principal: Protectorado español en Marruecos

En 1481, la bula papal Aeterni Regis garantizó toda la costa africana al sur de las Islas Canarias para Portugal. Sólo este archipiélago y las ciudades de Sidi Ifni, Melilla, Villa Cisneros, Mazalquivir, Vélez, Orán, Argel, Béjaïa, Trípoli, Túnez y Ceuta (cedida por Portugal en 1668) permanecían bajo gobierno español.

En 1778, se firmó el Tratado del Pardo, donde los portugueses cedieron a España a cambio de territorios en Sudamérica la isla de Bioko y sus islotes cercanos, así como los derechos comerciales del territorio entre los ríos Níger y Ogoue. En el XIX, algunos exploradores como Manuel de Iradier, cruzaron este límite.

En 1848, las tropas españolas conquistan las Islas Chafarinas.

En 1860, tras la guerra contra Marruecos, este país cedió Sidi Ifni. Las siguientes décadas de colaboración franco-española implicó el establecimiento y la extensión de protectorados españoles al sur de la ciudad, y la soberanía española fue reconocida en la Conferencia de Berlín de 1884: España administraba Sidi Ifni y el Sahara Occidental conjuntamente. España reclamó también un protectorado en la costa de Guinea desde Cabo Bojador hasta Cabo Blanco. Río Muni se convirtió en un protectorado en 1885 y en colonia en 1900. Las reclamaciones conflictivas sobre Guinea fueron resueltas en el Tratado de París (1898).

En 1911, Marruecos se dividió entre franceses y españoles. El Desastre de Annual (1921) fue una grave derrota militar infligida al ejército español. Entre 1926 y 1959, Bioko y Río Muni estuvieron unidas bajo el nombre de Guinea Española.

España perdió el interés de desarrollar una extensa estructura económica en las colonias africanas durante la primera parte del siglo XX. Sin embargo, España desarrolló extensas plantaciones de cacao para lo que se introdujo a miles de nigerianos como trabajadores. Los españoles también ayudaron a Guinea Ecuatorial a alcanzar uno de los mejores niveles literarios del continente y a desarrollar una red de instalaciones sanitarias.

En 1956, cuando el Protectorado francés de Marruecos se convirtió en independiente, España entregó el suyo al nuevo Marruecos independiente, pero mantuvo el control sobre Sidi Ifni, la región de Tarfaya y el Sahara Occidental. El rey de Marruecos, Mohamed V, estaba interesado en los territorios españoles y desató la Invasión del Sahara Español en 1958 por parte del ejército marroquí. Esta guerra fue conocida como Guerra de Ifni o Guerra Olvidada. Ese mismo año, España cedió a Mohamed V Tarfaya y se anexionó Saguia el Hamra (al norte) y Río de Oro (al sur) al territorio del Sahara Español.

En 1959, se le otorgó al territorio español del Golfo de Guinea el estatus de provincia española ultramarina. Como Región Ecuatorial Española, era regida por un gobernador general que ejercía los poderes militares y civiles. Las primeras elecciones locales se celebraron en 1959, y se eligieron los primeros procuradores en cortes ecuatoguineanos. Mediante la Ley Básica de diciembre de 1963, las dos provincias fueron reunificadas como Guinea Ecuatorial y dotadas de una limitada autonomía, con órganos comunes a todo el territorio (entre ellos un cuerpo legislativo) y organismos propios de cada provincia. Aunque el comisionado general nombrado por el gobierno español tenía amplios poderes, la Asamblea General de Guinea Ecuatorial tenía considerable iniciativa para formular leyes y regulaciones.

En marzo de 1968, bajo la presión de los nacionalistas ecuatoguineanos y de las Naciones Unidas, España anunció que concedería la independencia. Ya independientes en 1968, Guinea Ecuatorial tenía una de las mayores rentas per cápita de toda África. En 1969, debido a la presión internacional, España entregó Sidi Ifni a Marruecos. El dominio español en el Sahara Occidental duró hasta que en 1975 la Marcha Verde forzó la retirada española. El futuro de la antigua provincia española continúa siendo incierto.

Marruecos reclama las Islas Canarias, Ceuta, Melilla y las Plazas de soberanía como parte de su territorio. La Isla Perejil fue ocupada el 11 de julio de 2002 por la policía y las Fuerzas Armadas de Marruecos, siendo más tarde expulsados sin derramamiento de sangre, por el ejército español.

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La mayoría de los territorios europeos españoles se perdieron en 1710 en la Paz de Utrecht.

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