EL FRANCO CONDADO

 

El Franco Condado español. Con el dominio de los Austrias españoles, el F. C. alcanza el apogeo de su autonomía, cultura y papel político en el concierto de Estados del Imperio hispánico (situación reconocida por los grandes historiadores franceses del condado: L. Febvre, X. Brun, É. Longil). En este renacimiento tuvo un papel importante la Univ. de Dóle y la personalidad de su gobernador, Antonio Perrenot de Granvela (v.), que llena todo el s. xvi. La monarquía francesa intentó repetidamente la anexión del F. C. por la vía militar, como lo atestiguan los sucesivos fracasos de Enrique IV (v.) en 1595 y 1598. El motivo fundamental de estos esfuerzos franceses lo constituía el hecho de que el F. C. era una pieza clave en la política antifrancesa de Felipe II, como plataforma ofensiva y como pasillo de las tropas enviadas desde Italia a los Países Bajos. A la muerte de Felipe II le sucedió, como «condesa» del F. C., su hija Isabel Clara Eugenia, hasta 1633, con la condición de que el condado volviera de nuevo a la corona de España en el caso de que Isabel muriera sin herederos. El gobierno de los archiduques Isabel y Alberto se recordó en el F. C.' como una época de paz y expansión. Por los motivos citados, el condado volvió a la persona de Felipe IV de España (v.) con lo que el espíritu apasionado de la Contrarreforma (v.), de la mano de los españoles, se levantó poderoso en el F. C., convirtiéndolo en un extraño islote de catolicismo en el centro de una Europa racionalista.


      La guerra de los Treinta Años (v.) pareció a los monarcas franceses ocasión propicia para anexionarse el F. C.; pero, una vez más, el intento fracasaba y la política maquiavélica de Richelieu se estrellaba contra el espíritu hispánico de los habitantes del F. C. y la acendrada defensa de sus franquicias. Mientras ejércitos del F. C. intervienen en la campaña contra la Cataluña sublevada, sus espléndidos teóricos de la política luchan, con el Derecho como arma, en el Parlamento del F. C{. con hombres como Jean Chifflet y Jean Boyvin.
      La conquista francesa. A pesar de ello, los días del F. C. español estaban contados. Felipe IV apenas ha podido frenar las ambiciosas aspiraciones de su yerno Luis XIV (v.) y, cuando sube al trono el débil Carlos II (v.), el omnipotente monarca de Francia se prepara para realizar la incorporación definitiva. La violencia militar con la que consigue su triunfo se desarrolló en dos etapas: 1668 y 1674. Los pretextos que sirven a Luis XIV para justificar la invasión y apropiamiento son dos: 1°) la falta de pago de los 500.000 escudos de oro de la dote de su esposa María Teresa (hija de Felipe IV), por la que se consideraba nula la renuncia que la infanta española había hecho a cualquiera de sus derechos en la sucesión de los Estados españoles; 2°) la teoría de que las leyes regionales, de Brabante y Borgoña, acerca de los sistemas de sucesión hereditaria, tenían validez con respecto a la herencia del rey de España. Dichas leyes exigían que los hijos vivos heredasen los Estados de uno de sus padres, aun en vida del cónyuge viudo. Los pretextos no eran, por supuesto, más que la forma encubierta con que Luis XIV pretendía dar un aire de legalidad a su política de buscar para Francia fronteras naturales en el Rin. Esta política anexionista había comenzado por Lorena, en 1661. La fragilidad de la argumentación sobre los derechos de devolución era tan manifiesta que sólo pudo silenciarse gracias al aislamiento diplomático que España sufrió con respecto a Europa, «comprada» por la política francesa con la que Luis XIV dominaba la vieja Confederación del Rin, reorganizada en 1663, a la que añadió la alianza de Inglaterra y Portugal.


      La formidable máquina militar se apoderó fácilmente del F. C., cuya heroica resistencia no pudo hacer más que afirmar su lealtad a la corona de España. Sin embargo, el giro de algunos de los elementos de la coalición antiespañola, concretamente Inglaterra y Holanda que abandonaron a Francia asustadas de las perspectivas hegemónicas que afectaban a Flandes y sus importantes puertos, impuso un compás de espera a Luis XIV que, por la paz de Aquisgrán (1668; v.), devolvía el F. C. a España, reteniendo, sin embargo, las estratégicas plazas flamencas conquistadas. El segundo ataque (1674) forma parte de la guerra general europea que, a su vez, se había originado en el intento francés de anexionarse Holanda. La invasión del F. C. encontró una encarnizada resistencia, ates tiguada en Arcey, Arbois o Fancogney (donde las mujeres lucharon e hicieron de artilleros), que motivó duras represalias por parte de los generales franceses, el marqués de Ressnel y D'Apremont. En otro terreno, la falacia legal era puesta al descubierto simultáneamente por tratadistas del F. C. como Frangois de Lisola, napolitanos como Francesco de Andrea y castellanos como González Salcedo. La anexión, por fin, fue reconocida por el tratado de Nimega de 1678. El F. C. se incorporó de un modo definitivo al centralismo francés. Por la convención' de 1790, fue dividido en departamentos.