Bartolomé Esteban Murillo es quizá el pintor que mejor define el Barroco
español. Nació en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida, en
1617. La fecha exacta de su nacimiento nos es desconocida pero debió ser
en los últimos días del año ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618
en la iglesia de la Magdalena. La costumbre en la Edad Moderna era
bautizar al neonato a los pocos días del nacimiento por lo que los
especialistas se inclinan a pensar en esta posibilidad. No disponemos
de más datos hasta que en 1633 firma un documento en el que declara su
intención de emigrar al Nuevo Mundo. El viaje lo realizaría con su
hermana María, su cuñado el doctor Gerónimo Díaz de Pavía y su primo
Bartolomé Pérez. Pero el dicho viaje nunca se produciría y Murillo
inicia su aprendizaje artístico con Juan del Castillo, en cuyo taller
permanecerá cinco años. Palomino dice que Del Castillo era tío de
Murillo aunque no podemos asegurarlo categóricamente; posiblemente
existiera entre ambos algún parentesco y esto pesó a la hora de hacer la
elección. Del Castillo no era un artista de primera fila pero sus
trabajos eran respetados en el ambiente artístico sevillano y tenía un
buen número de encargos, colaborando Alonso
Cano en el taller. Los primeros cuadros de Murillo están muy
influidos por el estilo del maestro como se puede apreciar en la Virgen
del Rosario con santo Domingo. El estilo de Cano apenas se puede
apreciar en estas obras, posiblemente porque el granadino dedicaba más
tiempo a la escultura. En 1645 Murillo recibe su primer encargo de
importancia. Se trata de la serie de trece lienzos para el Claustro Chico
del convento de San Francisco en Sevilla. En estas obras muestra una
notable influencia de Van
Dyck, Tiziano
y Rubens,
lo que hace pensar a algunos en un posible viaje a Madrid, apoyándose en
los datos aportados por Palomino y Ceán Bermúdez. No existe base
documental para apoyar esta teoría por lo que si realizó el viaje a la
Corte quedó en el más absoluto anonimato. Este año de 1645 será de
gran importancia para el artista porque se casa el 26 de febrero. La
elegida se llamaba Beatriz Cabrera y Villalobos, joven sevillana de 22 años,
vecina de la parroquia de la Magdalena donde se celebró el enlace. En los
18 años que duró el matrimonio tuvieron una amplia descendencia: un
total de nueve hijos. El éxito alcanzado con la serie del Claustro Chico
-al aportar un estilo más novedoso que los veteranos Herrera
el Viejo o Zurbarán-
motivará el aumento del número de encargos. Por ello en 1646 ingresa en
su taller un joven aprendiz llamado Manuel Campos al tiempo que debe
buscar una casa más amplia para organizar un taller. Se traslada a la
calle Corral del Rey donde sufrió la terrible epidemia de peste que asoló
la zona de Andalucía -y en especial Sevilla- en 1649. La mitad de la
población de la capital perdió la vida y entre los muertos debemos
contar a los cuatro pequeños hijos del matrimonio Murillo. Los herederos de la pequeña fortuna acumulada serían sus hijos Gaspar y Gabriel. Según su primer biógrafo, Sandrart, en el entierro de Murillo hubo una gran concurrencia de público y el féretro fue portado por dos marqueses y cuatro caballeros. Siguiendo el testamento, fue enterrado en una capilla de la iglesia de Santa Cruz, templo que fue destruido por las tropas francesas en 1811. Una placa colocada en la plaza de Santa Cruz en 1858 señala el lugar aproximado donde reposan los restos del gran artista sevillano. Dos elementos clave en la obra de Murillo serán la luz y el color. En sus primeros trabajos emplea una luz uniforme, sin apenas recurrir a los contrastes. Este estilo cambia en la década de 1640 cuando trabaja en el claustro de San Francisco donde se aprecia un marcado acento tenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera. Esta estilo se mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de trabajar de Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones lumínicas con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada del empleo de tonalidades transparentes y efectos luminosos resplandecientes. El empleo de una pincelada suelta y ligera define claramente esta etapa. Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias, que fueron vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban España. |